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Ayer se inauguró el Nord Stream, el gasoducto submarino más largo del mundo que suministrará gas natural siberiano a toda Europa. Atraviesa el lecho del mar Báltico, mide unos 1.200 kilómetros y conecta directamente Rusia con Alemania. Con esta infraestructura Alemania se asegura que no le falte suministro (el 35% del gas que consume procede de Rusia). Hasta aquí todo correcto.
¿Cuál es el problema? Pues que países como Polonia, Ucrania o Bielorrusia, por donde antes pasaba el suministro, se quedan solos para negociar con Rusia los precios del combustible. No hay que olvidar que en 2009 se produjo la llamada “guerra del gas”. Minsk y Kiev descontentos con el alto precio del gas impuesto por Rusia, acabaron por cortar el gasoducto y el resto de Europa se quedó sin suministro en pleno invierno.
Otro problema latente es la dependencia de Moscú en el suministro de gas. Nunca es bueno depender de un solo proveedor, por ello ya existen otros proyectos como Nabucco, que evitan el paso por Rusia. Se verá con el tiempo si este gasoducto siembra la discordia.
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